¡Cómo no! Tarde o temprano tenías
que intentarlo. Nunca te ha parecido que eso de internet fuera para ti, y menos
para conocer a alguien, pero hay veces que el aburrimiento llega a ser
aplastante y si las posibilidades de socializar están reducidas por lo que sea,
es un camino fácil para contactar con alguien, ¿no? No es que tus expectativas
sean inalcanzables, hoy te basta con encontrar una voz amable al otro lado de
la pantalla que comparta un poco tu soledad y
te haga olvidar un poco la última decepción.
Tras registrarte sin mucho afán
en una de las miles de páginas de contacto que existen en este cibercomercio,
realizas una búsqueda entre los perfiles de otros tantos que, como tú, andan
con sus particulares intenciones en la red. El proceso de descarte, que es
amplio, se ve continuamente interrumpido por solicitudes que empiezan a
invadirte para contactar contigo. Mirando las fotografías de esos tipos te
empiezas a dar cuenta de que el mundo está lleno de desesperados y de pervertidos.
Te dan pena los que van de románticos, sinceros y dispuestos a bajarte la luna
por un beso; no porque no desearas que alguien se enamorara locamente de ti de esa
manera, sino porque no crees ya que haya
un hombre que sienta así, y lo que es peor, tampoco crees que haya mujer que se
crea a un hombre así. Te dan asco los que, se declaran en pareja, pero buscan
explícitamente sexo discreto y, por desgracia, hay mucho de esta segunda clase.
Te decantas, inocentemente a
pesar de todo, por algunos que dicen buscar solo amistad, porque en realidad,
lo que buscas es precisamente esto, alguien con quien quedar para ir a tomar
una copa, que si estás en esa página perdiendo el tiempo no es para que todo se
quede en algo virtual, que lo que quieres es salir a la calle, es vivir, pero
vivir de verdad. Bueno…
Pronto te das cuenta de que los
que más mienten son estos últimos, porque del “Hola, ¿qué tal?”, en seguida te
están preguntando por el color y la forma de tus bragas. O mucho han cambiado
las cosas entre los amigos o no van buscando precisamente amistad. En fin,
después de cortarle el rollo a tres o cuatro, te empiezas a preguntar si no
sería mejor ponerte a ver una película, pero también te preguntas si no serás
tú la que se engaña en cuanto a tus propias intenciones. ¿Realmente estás
buscando un amigo? ¿No estarás buscando lo mismo que ellos? Reconócelo, amigos
ya tienes, lo que quieres es que alguien llene el gran vacío que sabes que hay
ahora en tu cama. Así que, tras sincerarte contigo misma, cambias de estrategia
y das una nueva oportunidad al siguiente contacto. Parece un chico guapo y
simpático, vive cerca de tu casa, así que fácil para quedar con él en un
momento determinado. Bien, vamos allá…
Pues tampoco chica, parece
mentira, pero ni ofreciendo lo que se supone que todos esos tipos buscan,
tienes suerte en este medio.
Para no causar confusión, le hablas con total
crudeza y le cuentas al tipo que no esperas más que alguien con quien poder
divertirte. Alguien con quien congeniar a nivel sexual para tener buenos ratos,
exentos de problemas. Confiesas que no crees que esas páginas sirvan para
encontrar verdaderas relaciones y, que en todo caso, si algo así sucediera, sería después, una vez que el
contacto sea fuera de la red. El chaval, totalmente de acuerdo, comienza a
hablar de sí mismo y decides que no está mal. Quiere divertirse también, tiene conversación
agradable y, sobre todo, te hace reír y te enciende en algunos momentos la
libido.
Le das tu teléfono y comienzas a
recibir mensajes a diario que te alegran
el día, cada vez más
calentitos, te abren el apetito y realmente comienzas a
contar las horas para veros en persona. Y, cuando por fin ya solo quedan un par
de días para la cita que habéis programado, todo cambia de repente. Sin causa
aparente desaparece del mapa. Le mandas mensajes y su falta de respuestas
comienzan a hacerte pensar que algo raro está ocurriendo. Por supuesto, después
de lo último que ha acontecido en tu vida, no estás dispuesta a que ningún tipo
te haga daño de ninguna manera así que le envías un último mensaje poniendo
punto y final a algo que ni siquiera ha empezado y muestras en él tu
indignación, pues nuevamente no entiendes por qué no son claros contigo. Se
suponía que iba a ser una diversión y en menos que canta un gallo ya has
sentido, primero, preocupación, y segundo, enfado… No, no, no, tú no estás para
eso. Así que adiós.
Entonces, ese último mensaje,
recibe respuesta. El chico te cuenta que ha ocurrido algo que le tiene mal,
pero no te puede dar más explicaciones. ¡Ya estamos con los misterios! Te pones
en plan chula, que ya está bien de que te tomen el pelo, le dices que si hay
otra que a ti te da igual, que no tiene compromiso contigo, pero que no te
quieres comer marrones. Él te asegura que no es nada de eso, y entonces tu
imaginación se pone en lo peor: ¿una pelea?, ¿problemas de drogas?, ¿las dos
cosas? Sea lo que sea te empieza a echar para atrás, porque el chico que solo
quería divertirse, comienza a desvelarse como un problema en potencia.
Sí, deberías hacer caso a tus
tripas, si siempre pasa igual… Oye, pero nada, siempre aparcas las
advertencias, aunque sean de luces de neón.
Llega el día. Piensas que, al
menos, saldrás un rato y cenarás en algún sitio agradable… ¡¡Ja!!
Cuando toca decidir dónde iréis
el chaval te cuenta que está en paro,
que no se puede permitir salir a cenar…
En fin, sabes bien lo que es eso y no vas a ser tú la que condenes a nadie por no
tener pasta. Tampoco podéis quedar en su
casa porque vive con sus padres, así que pones la cena y la casa, ¡qué le vamos
a hacer!
Lo que no puedes es poner el
entusiasmo además… pero lo pones.
Intentas indicarle tu domicilio
y, en vez de prestar atención, el chaval te dice que cuando esté cerca te da el
toque para que lo llames (que tampoco tiene saldo en el móvil) y ya le vas
diciendo. Bueno… vale… Mientras, te bajas a la calle para esperarlo. ¡Ja!
No suena el móvil, no suena, no
suena… Decides llamarlo cuando calculas que debe estar cerca ya. ¡Sin cobertura
o apagado! ¡Lo que faltaba! Llamas algunas veces más y, por fin, te responde,
te dice que se está quedando sin batería… ¡No te lo puedes creer!
Cuando te dice por dónde, va te
das cuenta de que se ha perdido, así que decides ir a buscarlo a un punto
cercano conocido, le dices que se dirija hacia allí. Él va en coche, tú andando…
en tacones y cuesta arriba. Es pleno invierno pero ya estás sudando y algo
cabreada por lo estúpido del asunto. De pronto un coche pasa por tu lado y te
das cuenta de que tiene que ser él. Él también se da cuenta, pero en vez de
parar y recogerte, te pasa de largo para dar la vuelta en la rotonda que hay más
arriba, dejándote a cuadros, pensando que como poco es gilipollas. No lo puedes
evitar, cuando por fin subes en su
coche, lo primero que le sueltas es que
muy listo no es. ¡Menuda forma de empezar la noche!
Y, minutos más tarde, aparca el
coche y os bajáis de él… Te dijo que no era muy alto, pero a ti te pareció que
1,70 tampoco estaba mal, que tampoco tú eres una farola. Pero mintió o no sabe
lo que es un metro. Ya no lo tienes tan claro después del despliegue de
inteligencia que ha hecho el tipo hasta el momento…
Decepcionada ya en dos de los
tres puntos básicos mínimos que te atraen de un hombre: inteligencia y físico,
aún le das tregua esperando que, al menos, ese punto canalla que te ha ido calentando
los días previos, se ponga de manifiesto en la velada y tengas una buena noche
de sexo, aunque ya tienes claro que más de una no va a haber…
Pero, qué horror de cena, ¿no?
Aquel pícaro divertido debió de
ser un hermano gemelo o algo así, en frente tuya contemplas y escuchas a un
triste. ¡Otro triste! Sin comerlo ni beberlo te encuentras dando consuelo al
desconocido, sacando palabras de aliento para tratar de animarlo y, de camino,
salvar la noche, pero la noche ya no tiene remedio, eso lo sabes muy bien. Para
colmo, su torpeza va de mal en peor. No
le gusta el vino, la mejor comida para él es la comida china, desprecia tu profesión y lo dice abiertamente y, como
guinda del pastel, te dice que no hay nada que le ilusione. Literalmente te
suelta: “¿Tú te crees que me hace ilusión quedar con una tía y echar un polvo?”
¡Se acabó! Aquí ya te plantas.
¿Qué coño hace entonces en tu casa? Te olvidas de tu cortesía y te plantas en
jarras delante del tipo:
“Mira chaval, he aguantado tus
misterios, tu falta de educación al no contestar mis mensajes, tu torpeza a la hora
de quedar, tu mentira en cuanto a tu descripción física, lo patético de ni
siquiera invitarme a cenar, hasta tu tristeza que amargaría a la mismísima
Campanilla… pero que desprecies el sexo que supuestamente íbamos a tener, eso
ya que te lo aguante otra imbécil. Si no te hace ilusión, mejor te vas de mi
casa, y la próxima vez, no chatees con nadie, guapetón, que para amargarnos,
cada uno tenemos lo nuestro”.
Y así terminó tu experiencia 3.0.
Seguro que hay gente que se
conoce y hasta se casa con alguien que ha conocido por internet, pero está
claro que tú no vas a ser una de ellas, porque de aquí a que te dé de nuevo por
meterte en una página de esas, mucho aburrimiento deberás acumular.
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